miércoles, 6 de enero de 2010

Capítulo 3.


Sandra

- Me encanta este calle. - le dije antes de entrar por la puerta que daba al interior del edificio.

- Y a mí. La verdad está ciudad tiene algo que me enamora. Y mis vecinos son geniales, ¿te lo he dicho ya? - sonrió con picardía.

- Ya me lo has dicho si, - aclaré risueña - me pica la curiosidad.

- Mañana. Aunque igual los escuchas de noche, creo que Dan duerme al lado de tu habitación, y es un ruidoso. Se pasa noches enteras componiendo y tocando la guitarra.

- Guitarra... - dije en un murmullo, ensimismada. Adoraba la música por encima de todas las cosas.

- Venga pasa - me apuró Sandra sonriendo – Te contaré más cosas de ellos cuando los veas.

Al final, no conseguimos dormir, que conseguir, no nos fuimos a dormir hasta eso de las cinco y media de la mañana. Comimos helados, patatas fritas, chocolate, nata, fresas . . . de todo. Pusimos a parir a mi ex y a todos los de aquel maldito pueblo en el que habíamos vivido de pequeñas, estuvimos pensando qué haríamos al día siguiente y vimos dos películas que ya habíamos visto, pero eso daba igual. Sandra, su casa y Londres eran lo que necesitaba.

Después de dormir unas horas, me desperté, miré hacía el despertador de la mesilla de al lado: eran las diez y media. Se oían ruidos que aparentemente venían de la cocina, y un fuerte olor a naranjas exprimidas y tostadas recién hechas, así que intuí que Sandra ya se había levantado. Lo primero que pensé al encender la luz fue que esa habitación necesitaba mi toque personal. 'Después - pensé - aun con todo lo que ayer comimos, ¡me muero de hambre!'

- ¡¡Buenos días!! - me dijo Sandra.

- ¡Buenos días! - le dije con cariño.

- ¿Qué tal has dormido? Aparte de poco, claro.

- Bien, esa cama es blandita, perfecta. Aunque creo que necesitaré otra almohada.

- Eso también lo pensaba yo. - se ríe - Venga, ¡el desayuno está listo! Luego vaciaremos tu maleta, tiraré todo lo que me produzca arcadas y después de eso iremos de compras. Te llevaré a comer a mi sitio favorito y luego podemos alquilar una peli y llamar a los chicos. ¿Qué te parece?

- ¡Qué huele muy bien!

- ¡Qué aproveche! - dijo animada.

Sandra era sin duda una de las mejores personas que había conocido en mi vida, y la que más años me había aguantado también, una de las pocas que lo conseguía.

Nos habíamos encontrado en la misma clase en el colegio, en el último curso de infantil. Se había acercado a mí el día que teníamos que hacer muñecos de barro, y me preguntó sin ninguna vergüenza si podía hacerlos conmigo, y así tendríamos más barro entre las dos. Increíblemente aun me acuerdo, y desde aquel día no nos hemos separado; hasta hace cuatro meses que ella se había trasladado a Londres para salir de aquel agujero donde antes vivíamos. Sandra vivía contenta, con su larga melena parda y lisa siempre bien peinada, sus ojos marrones claros y sus pequitas por la cara; su perfecta ropa y su olor a mandarina. Le encantaba ir de compras, las fiestas y el cine. Era la mejor. Tenía dos hermanos, uno mayor y otro pequeño que ella, Pablo y Adrián, a los que quería con locura. Recuerdo que nos molestaban mucho cuando iba a dormir a su casa, y se llevaban muy bien con mis hermanos pequeños Darío y Juan; siempre haciendo trastadas, también yo tenía dos más mayores, Sebastián y Verónica, familia numerosa. Y para mi, ella era como otra hermana más.

Acabamos de desayunar, Sandra metió los cubiertos en el lavavajillas y se dirigió rápidamente hacia mi maleta. Tiemble el mundo, Sandra inspeccionando mi ropa; viejos hábitos.

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