miércoles, 6 de enero de 2010

Capítulo 4.


Ellos

Sandra empezó a esparcir casi toda mi ropa por el suelo de la habitación, ni siquiera me molesté en decirle nada, conocía esas situaciones y ella se volvía sorda, un estado mental de ensimismamiento del cual era imposible sacarla. Cuando acabó de desordenar completamente todo dijo clara y concisa:

- Necesitas muchas cosas nuevas para llenar tu nuevo armario de pared.

- Estás loca – le dije, sin poder evitar el reírme

- ¡Lo sé! – como si orgullosa de ello estuviera - ¡Vamos! Ponte algo de lo que te he dejado encima de la cama, bueno espera; dúchate mientras elijo que te pones, luego te peinaré. ¡Nos vamos de compras!

Me fui al baño a ducharme, lo necesitaba, y mientras me estaba duchando escuché a alguien cantar. Sandra no podía ser, cantaba fatal, para qué mentir, y además era una voz de hombre. Me quedé quieta escuchando, era preciosa, no sabía que canción era pero aquella voz me llegó a los oídos y me dejó anonadada, ¿serían alguno de ‘ellos’?

No era posible, ella me había dicho que Daniel dormía al lado de mi habitación, y la ducha estaba bastante lejos, así que supuse que sería imposible. Salí empapada pero fresca y nueva, me puse mi albornoz negro y me fui a la habitación.

- ¡Ahora voy yoooo! – dijo Sandra pasando como una exhalación por delante de mí.

- ¡Estás loca! – le grité

- ¡Lo sé! – oí como se cerraba la puerta del baño.

Tenía la ropa que Sandra quería que me pusiera encima de la cama, y unas zapatillas al lado, mis converse. Menos mal, si hubiera tenido que ir en tacones podría haber muerto. Me vestí y me sequé el pelo, cuando acabé Sandra me estaba esperando sentaba en un sofá del salón

- ¿Ya? ¡Al fin! Vamos, te peinaré y nos iremos.

Me alisó el pelo, no me había dado cuenta hasta ese instante de lo largo que lo tenía, y me dejó el flequillo perfectamente puesto delante de la frente, justo encima de mis ojos verdes. Debía de ser una de las pocas personas a las que les consentía que me tocaran el cabello. Me sentía contenta.

Subimos en el coche de Sandra y nos dirigimos al centro comercial, yo iba cual niño pequeño mirando fijamente por la ventana del copiloto. Estaban poniendo las luces navideñas, me sonreí a mí misma, me estaba enamorando de esa ciudad y tan solo llevaba unas cuantas horas en ella.

Nos recorrimos todas las tiendas de Londres, a mi parecer, llegamos al restaurante con aproximadamente cincuenta bolsas. El restaurante favorito de Sandra era un mexicano, lo suponía, le gustaban desde niñas las comidas fuertes y raras, ella era así. Después de empacharnos a tacos y burritos volvieron las compras, donde descubrí que aun nos quedaban tiendas por recorrer…

Acabamos exhaustas con otras cincuenta bolsas más, nos metimos a un Starbucks y tomamos café charlando tranquilamente.

- Bueno, ¿qué película crees que podemos coger?

- No tengo ni idea, pero la verdad me es indiferente.

- Yo tampoco sé, voy a pagar y nos vamos a ver si hay alguna – dijo alegremente.

Llegamos al videoclub y Sandra cogió una película de la cual no recuerdo ni el título. Una pregunta llevaba rondando mi cabeza desde que me había levantado y había escuchado aquella voz en el baño.

- ¿Cuando… - solo me dio tiempo a decir eso, Sandra me contestó antes de que pudiera pensar nada más.

- ¡Los llamaré y veremos juntos la película! Y si no pueden, porque últimamente están algo atareados no sé con qué, los verás pronto. ¡Claro! He olvidado decirte que el día anterior a Nochebuena, el veintitrés, es el cumpleaños de Hugo, lo celebran en su casa, y ¡no nos lo perderemos por nada del mundo!

Aparcamos el coche y subimos al piso.

- ¡Voy a llamarlos! – dijo Sandra felizmente

- ¡Vale! – grité desde mi habitación.

Tras unos minutos de conversación por teléfono Sandra volvió.

- ¿Se puede saber por qué los llamas por teléfono si viven enfrente? – dije asombrada, Sandra era vaga como yo, pero suponía que hasta un punto.

- Es gratis, ¡qué más da entonces! Sólo están David y Hugo, Tom y Dan no están en casa, han ido a no sé lo que a no sé donde, es que no estaba escuchando a David. Vienen sobre las seis, aún estaban en pijama. – y se dio una palmada en la frente – par de vagos…

- ¡Genial! Voy a hacer palomitas.

A las seis y unos minutos llamaron al timbre

- ¡Voooooooooooooooooooooooooooy! – gritó Sandra – ¡Adri ven aquí! – fui tranquilamente caminando, para disimular, pues no sabía por qué, pero estaba algo nerviosa- Hugo, David, esta es Adriana, Adri para los amigos. – dijo alegremente, Sandra siempre desbordaba felicidad.

- ¡Hola! – dijeron los dos a la par – encantados.

- ¡Igualmente! – dije mientras nos dábamos los besos protocolarios, habían cesado un poco los nervios.

Hugo era alto, tenía la poca cantidad de pelo ligeramente levantada formando una pequeña cresta, poca barba, de dos o tres días, los ojos azules; vestía vaqueros, camisa a cuadros marrones por encima de una camiseta del mismo color y unos tenis a juego. David era más bajito, poco más alto que nosotras, era rubio y llevaba el flequillo delante de la frente, alcancé a ver que sus diminutos ojos rasgados eran azules, tenía la boca pequeña y estaba sonriendo; vestía una camiseta, que la verdad me gustó, y unos vaqueros con unos tenis, que eran bastante feos. La verdad es que los dos eran muy guapos y atractivos.

- Hemos alquilado una película y hemos hecho palomitas – dijo Sandra, con su peculiar tono de voz.

- ¡Si! Se huelen. La verdad no teníamos nada mejor que hacer, así que mejor que mejor. Nosotros también hemos traído otra película, por si al acabar esta, bueno, nos aburrimos. – contestó David.

Solo tenía ojos para Sandra, pues creo que no se los quitó de encima hasta que llegamos al amplio salón y nos sentamos en los sofás negros. Llevamos unos refrescos y palomitas dulces y saladas, pusimos la película y estuvimos entretenidos durante dos horas.

- Que película más extraña – declaró Hugo cuando la película hubo acabado.

- Un poco – contestó David – ¡pero ha estado bien! ¿Vemos la otra verdad? Es que no me quiero ir – miró a Sandra.

- Por mi está bien – dije yo – no tenemos otra cosa que hacer.

- ¡Qué simpática! – dijo feliz – Bueno, son ya las ocho y cuarto, creo que Dan y Tom habrán llegado, esos ruidos quizás sean ellos, iré a buscarlos a casa. ¡Vengo ahora! – dijo al aire mientras se levantaba e iba corriendo hacia la puerta, la cual dejó abierta.

Se hizo el silencio, tan solo se escuchaba la música de los títulos finales de la película.

- ¿Sabes Hugo? – dijo Sandra con picardía – Adri sabe tocar el violín, el piano, la guitarra y la batería

- ¿En serio? – dijo Hugo sorprendido.

- ¡Sandra! – reproché – Tocar realmente solo toco el violín y el piano, la guitarra y la batería nada, si acaso se agarrar las baquetas y la púa.

Hugo comenzó a reír

- Quizás podrías servirnos para nuestro grupo – inquirió Hugo

- ¿Grupo?

- Además, ¡está soltera! – dijo Sandra gritando y volviéndose hacia la puerta abierta de la entrada.

- Es muy guapa sí, pero yo ya tengo novia, ¿recuerdas?

- ¡Claro! – contestó ella – pero no eras tú precisamente el que quería que lo escuchase – añadió murmurando

- ¿Cómo? – yo estaba perdida en la conversación.

- ¡Ya estamos! – David entró corriendo por la puerta – Es que Dan tenía que peinarse, el muy pesado, me ha escuchado decir ‘chica nueva’ y se ha puesto como loco; y luego ha oído a Sandra gritar algo parecido a ‘está soltera’.

- Eso creía – dijo Sandra satisfecha viendo hacia mí.

Tras David entraron dos chicos más, uno era rubio, de ojos marrones oscuros, tenía cara de niño pequeño, a simple vista parecía adorable; vestía una camiseta de Star Wars, unos pantalones azules y unas converse blancas, algo me decía que ese era Tom. El otro era algo más alto, melena castaña y rizada, sonreía de oreja a oreja, tenía los dientes perfectos y blancos y la cara llena de pequitas; llevaba puesta una camiseta blanca y unos pantalones y tenis negros. Era guapísimo. Pero sin duda lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, eran azules intensos, grandes, enormes, me quedé mirándolos fijamente, me encantaban.

- Adri estos son Tom y Dan, Tom, Dan, ella es Adri – presentó David.

- Encantada – dije quedamente.

- Igualmente Adri – sonrió Tom, el rubio, al contestarme.

Pero Dan no se movió, simplemente se quedó plantado enfrente de mí, mirándome con aquellos ojos azules. Me estaba poniendo nerviosa.

- Daaaaan – dijo David entre dientes – ¡salúdala! – y le dio un golpe en la espalda.

Dan se echó hacia adelante por el golpe, paró a cinco centímetros de mí y me dio dos besos. Me puse colorada, pero esperé que nadie o hubiese notado.

- Que tal si os sentáis – apuro Hugo – ¡Me aburro! Vamos a ver la película.

- Vamos – afirmó Sandra.

Por desgracia o por suerte, a Dan le tocó sentarse a mi lado, pero la verdad después de aquel raro comienzo no paró de hablar, ni él ni ninguno, pues la película era bastante mala, así que hablamos durante casi dos horas, el tiempo que esta duró.

- Bueno, creo que nos vamos – anunció David – os dejamos para que… habléis – besó a Sandra y se dirigió a la puerta.

- Si, nos vamos todos – dijo Tom, y el y Hugo se levantaron.

Miré hacia Dan, y él me miró sonriente.

- Hasta … mañana … - y también se puso en pie.

- Hasta mañana – contesté.

Se oyó el sonido de la puerta al cerrarse. Me quedé unos segundos viendo hacia el hueco por donde habían desaparecido los chicos, y luego volteé la cabeza hacia Sandra, estaba mirandome, con una sonrisa que le ocupaba toda la cara.

- ¿Qué pasa? – pregunté temerosa.

- Vamos a hablar un rato – y se sentó en el sofá negro que quedaba enfrente de donde yo estaba sentada.

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