sábado, 23 de enero de 2010

Capítulo 13.


Y llego Navidad…

La noche anterior habíamos ido a buscar los regalos de Navidad de los chicos para dejarlos debajo de su árbol, pues dormiríamos allí. Nos habíamos ido tardísimo a dormir, con dificultades con las llaves. No sé cómo pude levantarme al día siguiente, bueno si, si sabía. Danny había dormido conmigo y ahora había comenzado a saltar encima de la cama, con una vitalidad que aun no sabía de dónde sacaba, antes de tirarse encima de mí y empezar a hacerme cosquillas. Unos gritos provenientes de la habitación de al lado (aunque sonaban como si estuviesen en la nuestra) me indicaron que David estaba haciendo lo mismo con San.

Abrí la puerta de la habitación después de librarme de Danny justo cuando mi amiga estaba haciendo lo mismo, intercambiamos una mirada y echamos a correr hacia el lugar donde estaba el árbol, allí tenía que haber algo para nosotras, aunque yo ya había recibido mis mejores regalos. Hacia la mitad del pasillo dos figuras difuminadas nos agarraron para adelantarnos, y cuando llegamos a nuestro destino Danny y David ya estaban allí.

El novio de San tenía mi regalo entre las manos, esperaba que mi indirecta no se notara mucho.

- ¡Oh, son preciosas! ¡Gracias Adri! – y vino a darme dos besos – Quiero estrenarlas – y comenzó a ponerse las zapatillas, que no combinaban con su pijama de pingüinos.

- Eso esperaba, y ¡que las uses! – Sandra me miró aguantando la risa.

- Ese es el mío – dijo mi amiga viendo hacia David.

Nada más abrir su regalo sus pequeños ojos se abrieron en su máximo exponente.

- ¡Diooooooooooooooooooooooooooooos! – y después de decir eso se fue de la habitación con su nuevo bajo y con su novia en brazos, supuse que… a celebrar la Navidad.

Tom y Hugo habían llegado con Inés y Gio, y estaban todos abriendo sus regalos. No me había fijado pero unos paquetes del suelo llevaban mi nombre. Los abrí sorprendida, el primero era el de San, ¡era una Blackberry negra! Cómo quería a esa mujer, pero había algo más. Del sobre cayó un papel que decía: “vale por el tatuaje que Adri lleva esperando años”, San me conocía tanto como mi madre; ya le daría las gracias más tarde… Había otro, de los chicos para las dos, enorme, y supuse que a Sandra no le importaría que lo abriese, así que cogí el paquete y me dispuse a ello.

- ¡Oh! - exclamé cuando vi lo que había en su interior. Una enorme televisión, más que la que Sandra ya tenía, un home cinema con unos cincuenta altavoces y una wii con unos cuantos juegos. Aquello debía haber valido una millonada.
Acto seguido busqué a Danny y me lancé a él.
- ¡Gracias! Dios, ha tenido que ser… bastante caro - dije como reprochándole.
- Bueno... entre todos lo ha sido tanto... - dijo sin soltarme.
Fue ahí cuando volví a recordar lo bien que olía, igual que lo que había sentido todo la noche. Cerré los ojos para disfrutar de aquel perfume, pero al final no pude alargarlo más, lo miré durante unos segundos y luego me fui a dar las gracias a Tom y a Hugo, pues David seguía ocupado.

Al darme la vuelta vi a Tom con una camiseta puesta, otra en la cabeza y la última dando vueltas sujeta a su mano; y a Hugo con su pijama nuevo puesto por encima del otro.

- Aunque sea un pijama, he de reconocer que es bonito. Pero no más que el reloj - me dijo Hugo, y después me abrazó. Me parecía que estaba empezando a sentirme parte de aquel lugar. Luego abracé a Tom y me quedé sentada esperando, viendo a Danny, aun tenía que abrir mi regalo. Así estuve hasta que escuché:

- ¡Eh, aquí todavía queda uno! Anda, si es para mí...

Danny cogió el paquete rectangular, dentro se encontraría el estuche con la guitarra en su interior. Lo abrió, pero se quedó paralizado enfrente de él, de rodillas. Se levantó lentamente y tardó lo que a mí me habían parecido años en quedarse frente a mí, a unos centímetros.

- Fe... feliz Navidad - conseguí murmurar, me ponía nerviosa que me mirase tan fijamente.
- Poco a poco - parecía que se decía a sí mismo - no sé si podré - dijo, y después de decir esas palabras sin sentido.

(San)

Después de que David me llevase a la habitación, volvimos con los chicos a ver los regalos. Me sorprendí al ver qué nos habían comprado ellos, la verdad no supe que decirles, estaba deseando estrenar aquella televisión; pero había notado que David no me había dado nada personalmente. Tomamos algo todos juntos, y como aun eran las nueve y media nos volvimos todos a dormir.

Cuando me desperté por segunda vez en un mismo día, ya era casi la hora de comer. Me levanté sin hacer ruido para no despertar a aquella marmota mía, y fui a la habitación de Dan, quería verlos.
Abrí la puerta lentamente, y con la poca luz que entraba por las rendijas de la persiana de enfrente, pude ver algo.
Adri estaba tumbada encima del pecho de él, mientras él la rodeaba con el brazo, tiernamente dormidos. Esa escena me recordó a cuando David y yo habíamos empezado, suspiré, la verdad, aun seguíamos siendo así, lo adoraba. Estaba recordando pequeños momentos cuando escuché un ruido en la cocina, así que fui a ver qué era.

Mi futura suegra y demás estaban haciendo la comida.
- Os llamaremos cuando esté todo preparado, ¡ahora vete a dormir! - me dijo sonriente la madre de David, y aunque se me había ido el sueño, le hice caso.

La primera cosa que vi cuando entré fue a él, seguía durmiendo espatarrado boca arriba en la cama, con la boca enteramente abierta; era como un bebé muy grande. ¿Me podía gustar más de la que ya me gustaba? No fui capaz de despertarlo y como no podía dormir me fui a casa a buscar la ropa para la comida. Estaba ya en el pasillo cuando vi que la puerta de casa estaba abierta, me paré en seco, ¿qué hacía la puerta abierta? Entré corriendo en casa, para ver que había pasado, cuando escuché mucho ruido y vi a dos hombres, lo único que se me ocurrió fue empezar a gritar, como una loca. Aquellos hombes pararon en seco, mirándome, y un tercero entró por la puerta. No podía moverme.

- ¡PERDONE! – escuché que decía uno de los hombres - ¿ES USTED LA SEÑORITA SANDRA? – gritaba muchísimo pues tenía que sobrepasar mis decibelios, pero al oír esa pregunta me callé.

- S…s….s…si – no sabía qué estaba pasando.

- Buenos días, estamos aquí por encargo de su novio, David, y quiere que le digamos que su regalo de Navidad es un ropero, que no se ha olvidado de usted, que espera que le guste y que feliz Navidad – hizo una reverencia – y ahora si nos disculpa seguiremos trabajando.

- C.. claro… - salí corriendo de casa y entré en la de enfrente. Crucé el pasillo en menos de dos segundos y me tiré en plancha encima de David. Si, era imposible que lo quisiera más.

Capítulo 12.


Nochebuena

-¡Saaaaaaaaaaaaaaaaandraa! ¡Daaaaviiiiiiiiiiiiiiid! ¡Levantaos ya, vagos! - la estridente voz de Dan perforó mi tímpano hasta que solo pude oír el ruido que hacían los cojines al chocar contra mi cara: Adri, mi mejor amiga, a la que en ese momento empezaba a odiar, se lo estaba pasando como nunca cogiendo todos los cojines y tirándomelos. Definitivamente tener tantos en la habitación no había sido una buena idea.

- ¿Qué cojones está pasando? - bufó David molesto mientras se desperezaba, y aun así, me besó en la frente.
- Está pasando que hoy llegan tu madre y la mía, imbécil - le contestó Dan mientras salía con Adri cogida de la mano por la puerta.
- ¡Oh! ¡Es cierto! –grité con emoción mientras me ponía en pie encima de la cama. Cogí unos vaqueros, un blusón y unos zapatos. Me peiné, me eché unos polvos en la cara, un poco de rímel en las pestañas y en menos de dos minutos, sorprendentemente para ser yo, estaba lista. Cuando terminé de arreglarme David seguía tirado en la cama haciendo amagos de levantarse pero volviéndose a tumbar siempre, y aunque la escena era bastante cómica y podría reírme de él lo que quisiera, decidí que lo dejaría dormir; iría yo de su parte al aeropuerto. Me arrodillé en la cama a su lado y le susurre al oído.
- Duerme mi amor, iré yo a recogerlas.
- Eres realmente perfecta - y se acomodó nuevamente bajo el edredón. Me fui antes de que los leves ronquidos rompieran todo el encanto.

Para ir al aeropuerto tuvimos que llevar los dos coches, el mío y el de Dan, y como consecuencia mi viaje hasta el aeropuerto fue en solitario.

Al llegar, mi maravillosa suegra y mi preciosísima cuñada me esperaban alegres con sus maletas… las cuales, digamos que eran poco discretas…al lado de ellas estaban los torbellinos de Bolton, la madre de Dan y su hermana.
Después de los reencuentros y presentaciones, pues Adri tenía que conocer a su….bueno….a su “futura suegra”, nos fuimos a casa a buscar a David, Tom, Gio, Hugo e Inés para ir a comer a un restaurante chino, que era un buffet, por lo que podríamos hincharnos de nuggets, sushi, pollo frito , salsa agridulce y demás. Después de una comida tan familiar, llevamos a las madres a casa para que fueran haciendo la cena, y como no nos dejaban hacer nada, nos fuimos a patinar sobre hielo.

- ¡Aaaaaaaah! - acabábamos de entrar en la pista y Dan ya andaba por ahí sin control, “Va a ser una tarde de caídas” pensé. A mí nunca se me habían dado bien eso de las ruedas, había aprobado el carnet de coche después de cincuenta prácticas, me había roto un brazo andando en bicicleta y nunca había aprendido a andar bien en patines. Pero desde que vivía en Londres estaba mejorando, pues a David le encantaba patinar y una de nuestras primeras citas había sido en aquella pista. La recordaba bien, pues fue un poco desastre, nada más entrar mis pies resbalaran y nos habíamos ido directos al hielo. Nuestro primer beso, o intento de beso, había sido allí tirados. Ahora, mientras patinaba cogida de su mano veía a Adri con su melena negra al viento riéndose con Dan, en eso los dos era expertos: él hacia el tonto y ella se reía. Adoraba verlos y los adoraba a ellos. Adoraba a Dan más que nunca, sabía exactamente lo que mi amiga necesitaba, y lo que necesitaba se llamaba Daniel.
Estuvimos allí toda la tarde, y el record de caídas nos lo llevamos Dan y yo, aunque quizás la que más recordaríamos fuese de de Adri y mía. Rara vez hacíamos algo que conllevara tener equilibrio y no nos caíamos, y ese día no iba a ser raro, después de caernos de espaldas me llevé la impresión de haberme roto algún hueso del trasero. La verdad es que a Adri siempre le habían gustado los patines, al menos más que a mí, y no había perdido mucha práctica, pero comenzó a patinar conmigo y pasó lo que tenía que pasar. Después de muchas risas volvimos a casa, donde nos esperaban las cuatro madres de los chicos cocinando felizmente.

Mi amiga y yo nos fuimos a nuestro piso a prepararnos, con la ropa que habíamos comprado para ese día, que teníamos planchada y delicadamente colgada en el armario. Su vestido con escote y zapatos azules y mi vestido corto con mis zapatos rojos. Vistas en el espejo pareceríamos dos fichas del parchís.

Entramos calladas hasta que no pude aguantar más y le grité:
- ¿Y bieeeeen?
Mi amiga comenzó a reir

- De momento nada San, pero prefiero, quiero que vaya todo despacio, mágico. Es obvio que me encanta… y eso ojos ¡Dios San, esos ojos! Pero despacio…
- Mmmm, poco a poco, me gusta - susurré
- ¿Qué?
- Nada, nada… Venga, vamos a prepararnos ya.
- Todos murmuráis palabras sin sentido últimamente – se fue con fingida cara de odio y se metió en la ducha.

Después de tres horas preparándonos (qué raro en nosotras) nos fuimos a casa de los chicos, esta vez fue Dan el que apareció tras la puerta con su habitual sonrisa y sus brillantes ojos azules, ignorándome por completo, pero no me importó cuando vi la cara con la que mi amiga lo miraba.
- Hola Adri – dijo - estás…bueno…estás…eh…bueno…eh…impresionante -consiguió acabar, no antes de que yo pudiera reírme apagadamente de él. Yo me adentré en la casa y me dirigí directamente a la habitación de David, suponía que estaría allí haciendo el vago. Cuando entré me lo encontré sentado en el sofá de su habitación con un traje gris, precioso, y aunque tenía la corbata mal anudada, estaba perfecto, guapísimo. Después de arreglarle aquel enredado nudo salimos de la habitación, el ambiente era inmejorable.
Dan y Adri estaban sentados en el sofá con la guitarra en las manos mientras sonreían.
- San mira… ¡Ven! - llamó mi amiga, y comenzó a tocar una canción que, creía, era de Bruce Springsteen. Cuando terminó de tocar lo que había aprendido, Dan la beso en la frente y seguidamente añadió:
- ¡Mamáaaa! ¿Falta mucho? Mi estomago ruge de hambre, ¿cuando estará la comida?
Adri comenzó a reírse, yo puse los ojos en blanco pero finalmente la imité, era Dan; la abracé y nos sentamos a la mesa. El menú era típico: pavo relleno navideño, patatas asadas, y al menos, tres mil tartas, todo riquísimo.

Había empezado a comer cuando giré la cabeza y descubrí a David y a Dan con una servilleta de tela doblada en forma de barco y puesta a modo de gorro, estaba claro que eran únicos. La velada transcurrió tranquila y risueña, incluso eché en falta los quejidos de Dan por tener que dormir en el sofá ya que todas las camas estaban ocupadas y la de él le correspondía a Adri. Estoy segura que no puso ningún tipo de inconveniente por ser ella, si fuese para mí o para alguno de sus amigos habría puesto el grito en el cielo como solo él sabía hacer: su cama y su amorosa almohada (como él la llamaba) eran suyas y de nadie más, y mientras tenía aquel pensamiento noté como Bruce se posaba al lado de los pies de mi amiga.

- Eso es que le gustas – le susurró Dan.
- Eh…si...ya…ya me lo había dicho Tom - Adri comenzó a sonrojarse.
- Pues no es al único que le pasa.

Me sonreí a mi misma mientras me repetía una y otra vez “poco a poco”, la verdad siempre me había sido difícil contener mi impaciencia y esa semana me estaba costando más de lo normal, pero debía esperar.

Después de una larga noche de fiesta llegamos a casa de día, y después de una dura lucha con las llaves (David y Dan afirmaban que la cerradura se movía y les echaba la lengua, cosas de las fiestas) cada uno se fue para su habitación a excepción de Dan, que se quedó en el sofá del salón.

(Adri)

Llevaba veinte minutos en cama disfrutando del olor de aquella almohada, cuando escuché el sonido de la puerta, que se abrió, y detrás apareció él.

- Eh… ¿Puedo meterme en cama contigo?... Es que no me gusta dormir solo y llevo demasiado tiempo haciéndolo…además en el salón hay… hay demasiada… claridad… eso.

Y sin esperar a mi contestación se metió en cama.
- Claro…- murmuré igualmente.

Un cuarto de hora después estaba acurrucada contra él.

martes, 19 de enero de 2010

Capítulo 11.


El cumpleaños de Hugo

El timbre resonó en el pasillo y tres segundos después la puerta se abrió, y detrás de ella apareció Hugo, el cumpleañero.

- ¡Holaa! – exclamó

- ¡Felicidaaadeees! – gritamos las dos a la vez, entregándole su regalo.

- ¡Oh! ¿Cómo sabíais que necesitaba un reloj? ¡Increíble!

- Mm… Intuición femenina… - dije mientras intercambiaba una mirada de complicidad con Adri.

- El plan para esta noche es simple, cenita de los ocho y luego ¡fiesta!

- Lo sé, Hugo. – dije cansinamente, Hugo solo había uno - La fiesta la he organizado yo ¿recuerdas?- Le dije riendo, mientras intentaba despeinarle aquella rigidísima cresta; no sin antes ponerme de puntillas, claro.
- ¿He oído organizadora de fiestas?- una voz sonó dentro de casa, y una cabeza rubia con unos pequeños ojos azules apareció por la puerta del salón.

David se acercó a mí y me llevó hasta el salón cogida por la cintura. Cuando me di la vuelta para llamar a Adri descubrí que alguien ya se había encargado de acompañarla: Dan. Supuse que él había provocado aquella leve brisa que había sentido hacía unos tres segundos, cuando quería era sorprendentemente rápido. Estaban hablando animadamente y solo llevaban dos minutos juntos. Él como de costumbre con su sonrisa y sus enormes y brillantes ojos, con los que se la comía. Ella con cara de boba, aunque solo yo que la conocía lo suficiente me daba cuenta de eso.
Cuando entramos, la sala estaba irreconocible. Todo, absolutamente todo, estaba en su sitio, ordenado. Ningún calzoncillo, ninguna camiseta… nada tirado por el suelo; habían hecho un buen trabajo.
- Ven conmigo – escuché que Dan decía a Adri, y desparecieron por la puerta de su habitación.

(Adri)


-
Bueno…Es que… Tengo… Tengo algo para ti - me dijo Danny con una tímida sonrisa nerviosa.
- Pe… Pe… Pe… Pero…Navidad … Navidad no es hasta dentro de dos días.-le contesté, pensando si realmente era así.
-Ya… Bueno…Pero lo vi, te vi, te escuché... Mmmm ... Bueno… Toma - dijo tendiéndome un enorme paquete que sacó de debajo de la cama.
- ¡Oh! ¡Dan!... – pero antes de que pudiera seguir me puso el dedo índice encima de los labios.
- Danny – susurró - ¿recuerdas?
Ante esos ojos, lo único que pude hacer fue asentir. Abrí el paquete y pensé que lo que estaban viendo mis ojos no podía ser cierto.
- Es la primera guitarra que tuve, le tengo muchísimo cariño pero… como me habías dicho que estabas aprendiendo… bueno pensé que quizás.. .te vendría bien.
- Es… Simplemente…Perfecta… Danny - dije enfatizando su nombre.
Él sonrío ampliamente, enseñando sus blancos dientes.
-¿¡Podéis volver al mundo real por favor!? - gritaba David desde el otro lado de la casa. También se oían otros conocidos gritos, solo podían ser de Sandra, y decían algo así como que se callase sino quería dormir en el sofá.
Dan y yo reímos, y muy a mi pesar volvimos al mundo real.

(San)

Mientras me sentaba en mi sitio de siempre en aquella casa, vi como la parejita aun no formada salía de la habitación. Era como si tuvieran un mundo aparte, solo se miraban entre sí; bueno Adri de vez en cuando me miraba y sonreía nerviosa o feliz, o las dos, era difícil de descifrar.

La cena transcurrió sin mayores incidentes, a excepción del bote de salsa que, como no, se me movió de las manos y cayó estrepitosamente al suelo, una cena no sería una cena si yo no me cargase algo. Excepto eso la velada fue genial. Todos juntos riéndonos de anécdotas de los chicos y de las nuestras vividas en España; como la del día en que pensaron que nos estábamos ahogando, supuestamente, en el río de nuestro pueblo; o las noches tiradas en cama fantaseando, todo acompañando con más de trescientos álbumes de fotos. Adri y yo éramos una pareja perfecta hasta para eso, a ella le encantaba quitarlas y a mi coleccionarlas y agruparlas. Creo que mientras veíamos las fotos, lo que sentía Dan por mi amiga se iba agrandando al verla de pequeña, pues aunque los cuatro estaban cansados de todos mis álbumes, esta vez Dan estaba más atento que nunca. La verdad era guapísima y totalmente distinta a mí: pelo negro y rizo y ojos verdes y grandes. Como el Ying y el Yang, el blanco y negro; complementarias.

Cuando acabamos de cenar Hugo insistió en que el recogería personalmente todo, así que no teníamos que preocuparnos de nada; realmente estaban irreconocibles. Nos levantamos, pero antes de que Adri y yo saliésemos por la puerta me di cuenta de cómo Dan se acercaba silencioso a Adri.

- Tienes unos ojos preciosos - le oí susurrar, y antes de que mi amiga se diese la vuelta él ya se había ido. Sus palabras retumbaron en mi cabeza, “poco a poco Sandra, poco a poco” me dije a mi misma.

Después de una larga noche de fiesta, de la cual no recuerdo mucho, solo de que nos lo pasamos bien, me encontraba metida en cama con David diciéndome:

- No te pienses que no me he dado cuenta del pelo, pero Adri me advirtió de que el resto está recogido hacia dentro… - me besó y cerró los ojos. Le eché la lengua, le devolví el beso y me fui a cerrar la persiana de la habitación, no quería luz dentro de una hora cuando estuviese durmiendo. Llegué a la pared, y a través de esta escuché el sonido de una guitarra y una risa que se ahogaba con la última nota. Sonreí. Escucharla feliz era, para mí, la mejor de las melodías.

domingo, 17 de enero de 2010

Capítulo 10.


Sandra

Me desperté con un fuerte olor a café y con cosquillas en mis pies: David. Esa noche se había quedado a dormir conmigo, pues la calefacción de la habitación de Adri se había estropeado, y Dan se había encargado de gritar a los cuatro vientos, para que todos los vecinos se enterasen, de que ella debía dormir en la cama de David; casualmente a solo cuatro pasos de él, aunque obviamente, eso no lo había dicho, al menos no con palabras...

- Cariño, buenos días… ¿puedes dejar de hacer eso? - dije conteniendo la risa, él ya sabía que era imposible tocarme en los pies y que no me riera.
- Sí, bueeno, ya paro…- dijo remolón y con fingida cara de pena. Se levantó y fue a la cocina, desde donde gritó que el café ya estaba listo.

Cuando llegué a la cocina vi a David con guantes, gorro y delantal, su fuerte no era la cocina, eso estaba claro desde el día en que lo conocí. Me reí, pero decidí no meterme con él, así que cogí mi café y me senté en la barra; y lo primero que vi por la ventana que daba al patio fue a mi mejor amiga, con una camisa de hombre, un moño alto y una tostada en la mano, riéndose a carcajada limpia. Enfrente de ella, como no, estaba Dan, sonriéndole mientras se la comía con los ojos. Ella me miró y me guiño un ojo, imité el gesto y le sonreí en señal de buenos días.

David se había quitado su especial atuendo y estaba sentado en el sofá con una taza de café en las manos, mirándome con sus ojos azules, pequeños…Cada día entendía mejor por qué me había enamorado de él. Era simplemente perfecto.
Me sonrío, se recostó en el sofá e hizo un gesto que indicaba que aquel sitio me estaba esperando, y allí fui. Después de que se pasara una hora jugueteando con mi pelo, cosa que a mí no me importaba, sonó el teléfono; él quería impedir que lo cogiese pero no fue capaz, y conseguí contestar después de una lucha la cual me pareció que iba a ser interminable.

- ¿Si?- contesté casi sin aliento.
- ¡HOOOOOOLAAA! - un estridente saludo perforó mi tímpano – San, necesito que el animal de tu novio me traiga tooooda la ropa que necesite Adri, al menos para una semana. Porque vas a tardar mucho en arreglar la calefacción, ¿no? Por favor, por favor, por favor... Es que es perfecta San, de verdad, es perfecta. Es el mejor regalo de Navidad que me podías haber hecho. Con ella quiero ir despacio, quiero que absolutamente todo salga bien...Bueno cuelgo, me voy a ver si necesita algo.
- Dan - dije mientras sonreía, aunque ella no me lo había dicho, no hacía falta, sabía que mi amiga sentía exactamente lo mismo por él. - Te llevaré ropa, pero tienes que dejar que se venga a cambiar a casa para la cena de Hugo, ¿vale?
- Vaaale - dijo riéndose y colgó.
- Era Dan ¿no? - preguntó David, con cara de molestia – ¡Siempre! Siempre es él – y acto seguido sonrió.
- ¡Sí! - grité mientras corría a la habitación de Adri, podía escoger la ropa que se me antojara, ella no podría ponerme ninguna contra, mi sueño hecho realidad – Es que quiere que le lleve ropa a Adri.
Escuché una carcajada.
- Estás loca - decía David mientras se metía en el baño.

Me reí al escuchar esas palabras, él no era el único que me las decía, y en dos días las había escuchado más que nunca.
Fui a buscar una maleta a mi habitación, metí pantalones, camisetas, vestidos, zapatos, zapatillas, pijamas, ropa interior, maquillaje… Metí prácticamente de todo para Adri, excepto lo que le había comprado para esa noche. Estaría guapísima.

Cuando David salió de la ducha le dije que le llevara la maleta a ella y que les dijese a los chicos que hoy se comía en mi casa, tenía ganas de cocinar y de que estuviéramos todos juntos; pero había que hacer la compra y yo sabía que David lo odiaba, así que le dije que Adri tenía que venir conmigo, ella escogería el menú.
A los cinco minutos la tenía en el umbral de la puerta con sus zapatillas, su coleta alta, su camiseta y su chaqueta. Todo negro.
- Tranquila, me arreglaré por la noche. - me dijo echándome la lengua.
- Eso aunque no quisieras - le guiñe un ojo y cerré la puerta.
Bajamos al garaje a coger el coche, mi precioso coche color beis, comencé a plantearme si mi vida podía ser más perfecta.

-¿Qué música es esta?- protestó mi amiga nada más subir.
- Está te gustará más - le dije dándole un disco de Queen que le había comprado hacía un par de meses. Sí, yo era así, un desastre. - Y bien, ¿Qué quieres comer?

- A ver si aciertas – contestó.
- Mmmmm… ¿Comida china o pasta?
- ¡Pues claro! - dijo poniendo los ojos en blanco y sonriendo.
- Comeremos pasta pues.

Nos bajamos del coche y después de dos horas comprando teníamos el maletero lleno de reservas para lo que al menos serían , creía yo, dos meses.
El menú era spaghetti con salsa cuatro quesos, delicioso, a mi parecer; y mientras yo cocinaba Adri decidió ir a hacerle una visita a Danny (como solo ella le llamaba).
Hora y media después cuatro chicos y dos chicas estaban sentados saboreando sus spaghetti en el comedor de un maravilloso y céntrico piso londinense, no, mi vida en esos momentos no podía ser más perfecta.

Después de comer, rapte a Adri, literalmente, de las garras de Dan. Teníamos cita en una de las mejores peluquerías de Londres y, obviamente, no la íbamos a perder. Dejamos a los chicos encargados de recogerlo todo y nos fuimos felizmente a que nos arreglaran.

Esta vez dejé que Adri condujera, sabía lo mucho que le gustaba y desde que estaba aquí conmigo, todavía no lo había hecho.

Después de cuatro horas de tratamientos de belleza, manicuras, secadores, tenacillas y demás, salimos más que monísimas. Mi amiga llevaba una coleta de lado con una cascada impresionante de rizos color azabache, esa noche triunfaría. Yo llevaba el pelo recogido hacia dentro a modo de bob, lo que hacía parecer que mi melena había desaparecido. David se llevaría un buen susto, le encantaba mi pelo largo, y suelto.

Cuando llegamos a casa, sorprendentemente, la cocina estaba en orden. Sin ningún desperfecto aparentemente.

- Debo estar soñando - dijimos mi amiga y yo a la vez, era algo que nos pasaba a menudo, y ya solo nos limitábamos a reír.

Fuimos cada una a su habitación para vestirnos, se nos había hecho tarde, me extraño que Adri se fuese a su dormitorio pues no tenía la ropa, yo se la había comprado sin que ella se diese cuenta. Efectivamente, a los dos minutos la tenía en mi habitación con mirada ansiosa.

- ¿Y bien? - preguntó.

- ¿Y bien?-repetí burlándome de su tono mientras iba hacia mi armario, un armario que se estaba quedando pequeño.

Saqué su conjunto para esa noche. Una falda de piel negra alta entubada hasta por encima de las rodillas y una camiseta básica del mismo color, una chaqueta también negra y unas medias. A juzgar por su cara había acertado de pleno y aun no había visto lo mejor: los zapatos. Unos zapatos rojos aterciopelados y de altísimo tacón. Mientras ella se vestía o empecé a hacer lo mismo. Mi elección para esa noche era totalmente diferente a la de Adri, mi vestido era marfil con cuello barco, manga tres cuartos y entubado hasta encima de la rodilla, unas medias marrones y unos zapatos de tacón, claramente marrones también. Cuando salí de mi habitación Adri estaba sentada en la barra con sus carnosos labios pintados de rojo. Estaba perfecta.

- Estás perfecta – me dijo.

- Eso mismo he pensado yo al verte.

- Gracias – sonrió.

-Vamos - dije sonriente - Los chicos nos esperan.

Capítulo 9

La casa de al lado.

Dejamos las bolsas en el salón, luego guardaríamos todo, mientras Sandra estaba en el baño, guardé su regalo en mi armario; nos arreglamos un poco el pelo y nos fuimos corriendo a la casa de enfrente. Llamamos al timbre, se abrió la puerta unos segundos después y tras ella apareció Tom, con una camiseta de Batman puesta. “Creo que hemos acertado con las camisetas” pensé.

- ¡Bienvenidas! – nos dijo – llegáis temprano, aun quedan cuarenta y cinco minutos para que empiece la película.

- No nos importa – contestó Sandra feliz, y pasamos dentro del piso. Olía a palomitas recién hechas, y cuando acabábamos de entrar, un perro vino corriendo y se sentó al lado de mis pies, moviendo la cola.

- Es Bruce – dijo Tom – el perro de Dan, y ¡creo que le gustas!

Mientras decía eso, llegó David a abrazar a Sandra, bueno, a abrazar y no soltarla. La cogió el brazos y la llevó, hasta lo que supuse recordando la casa de San, era el salón.

- Daaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan – gritó mi amiga.

- Sandra, ¡estoy aquí, no me grites! – la voz venía de la misma dirección de la cual había venido la de ella.

- Ups, lo siento – se disculpó – Adri está en la entrada, corre y ve a enseñarle la casa.

- ¿Adri?

- ¡Claro! ¿No pensarías que la iba a dejar en casa, no?

- No, no. Ahora voy.

Y después de oír eso, Danny apareció por la puerta por donde David y Sandra habían entrado.

- Emm… Sandra me ha dicho que te enseñe la casa – dijo sonriendo.

- Ya, lo he oído – sonreí también.

- Bueno pues ven – me dijo mientras me cogía de la mano – la casa en lo que habitaciones se refiere es como la de Sandra, pero está un poco más… desordenada. Bien, a ver, esto técnicamente es el pasillo – me dijo.

Ya sabía que era el pasillo, no era un pasillo en toda regla pues en realidad todo era una enorme habitación, en la que estaban la cocina, la sala de estar y el supuesto pasillo. La barra, al fondo a la derecha, con la cocina en su interior, y nada más entrar a la izquierda las habitaciones y el baño, a la derecha la ya dicha sala de estar, con la tele de plasma, los sofás negros y el amplio ventanal, el cual también estaba en el salón y que daba a una larga terraza, así más o menos era la casa de San, y la de ellos no parecía muy distinta. También estaba la barra en el mismo sitio, y pude ver lo que me pareció un par de calzoncillos antes de que Danny me soltase la mano y se fuera corriendo a cogerlos. Sus sofás no eran negros, pero eran grises y entre ellos una mesa y enfrente la tele.

- Ahora faltan las cuatro habitaciones – dijo - bien, esta es la de Tom – y me abrió la primera puerta a la izquierda.

La habitación de Tom en casa de San no la usaba nadie. La cama estaba al fondo a la derecha, era una cama grande, de matrimonio, supongo que allí se quedaría a dormir Gio cuando no dormía en casa de San. En la esquina de la derecha había un teclado contra la pared y tres guitarras; dos de ellas eléctricas, una blanca en forma de flecha y otra azul, y la que estaba al lado de estas era de madera, acústica. Por la pared había pósters de grupos como The Beach Boys, Star Wars, Back to the Future; y me pareció ver unos treinta muñequitos distintos con forma de Mickey Mouse encima de una estantería, pero antes de fijarme más, la mano de Danny volvió a agarrarme y me sacó de la habitación.

- La siguiente es la de Harry.

Me dio tiempo a ver que era casi exactamente como la de Tom, solo que tenía la batería en una esquina, distintos pósters y distintos cacharros sobre las estaterías.

- Bueeeeeeeeno, aquí la de David.

Me fijé en que todas las habitaciones tenían cama de matrimonio, “bueno, así puede venir San…” pensé, y sonreí. Tenía un bajo verde y otro rosa, eran iguales en forma y dibujo, pero de distinto color. Había zapatillas dispersas al lado del armario, todas preciosas, claaaro. También había algunas, bueno, bastantes piezas de ropa dispersadas por la habitación.

- Creo que por la pared del fondo, al otro lado, es la habitación de San – dijo – ¡qué casualidad!

- Si, creo que está ahí detrás – sonreí.

- Y, aquí la mía.

La habitación de Danny era la que yo usaba en casa de San. Era la única que tenía forma diferente, pues había como un pasillito y después a la derecha la habitación en sí. Por supuesto, tenía cama para dos, guitarras en la esquina, poster en las paredes, ropa y zapatillas dispersas. “Me gustan más estas zapatillas… En fin, ¡qué cuatro!” pensé.

- Por esa pared está la habitación de David, y por esa está otra de casa de San.

- La mía – susurré…

- ¿Dijiste algo?

- Decía… que ahí está mi habitación.

- Ah – Danny se quedó mirándome fijamente – Bueno… Esto…La tuya… Tú… Al lado… Si… Claro…Durmiendo…Yo… - no paraba de decir palabras inconexas – Bueno…Ya has observado a primera vista lo más importante de la casa, ahora vayamos al salón, o no veremos nada de la película. ¡Venga!

Cuando llegamos al salón intercambié una mirada y una sonrisa de complicidad con San, que estaba tumbada y con la cabeza apoyada en las rodillas de David. Danny y yo nos sentamos en el sofá libre, cogimos un bol de palomitas, y los seis vimos tranquilamente la película.

viernes, 15 de enero de 2010

!



Danny is God.

domingo, 10 de enero de 2010

Fea.

Dedico el último capítulo a Tamara, mi amiga e inspiración para escribir (o presión más bien). La (única) persona que sigue día a día mis paranoias.


La quiero, Alexandra.

Capítulo 8.


Compras

Me levanté a las ocho de la mañana, al notar un pequeño peso sobre mi abdomen: Sandra se había tirado en plancha sobre mi cama.

- ¡Venga , venga! ¡Hoy hay que comprar muuuuuuuuuuuuchas cosas! Necesitamos todo el tiempo posible. ¡Levántate!

- ¡Si no te quitas de encima como quieres que me levante!

- El caso es quejarse – dijo mientras se levantaba, riendo – Venga, ya hice el desayuno.

Después de desayunar casi durmiendo y de vestirnos, bajamos al garaje para coger el coche de Sandra, un “Petit Chrysler” color beige. Recuerdo que quería ese coche desde nuestro último curso de instituto, al final lo había conseguido.

Con legañas todavía en mis ojos, y con la inexplicable alegría que Sandra tenía siempre, nos fuimos al centro comercial.

- Bien – empezó Sandra – tenemos que comprar, ¡como mínimo!, los vestidos para la cena de Nochebuena, los vestidos para el día de fin de año, sus correspondientes zapatos, el regalo de cumpleaños de Hugo, los regalos de Navidad de los chicos, tengo que ver qué te voy a regalar, me tienes que comprar mi regalo, y algo para la madre de David, y la de Dan.

- ¿Para la de Dan?

- Claro, claro.. Bueno, creo que no me olvido nada. Ya llegamos, hoy vamos a fundir la visa, ¡adoro las compras navideñas!

Tenía la impresión de que aquel iba a ser un día muy largo, nada más atravesar las puertas del centro comercial conté por lo menos, que había tres millones de personas allí dentro.

- Vale, primero, creo que vamos a comprarle un regalo a Hugo. Me ha dicho David que quiere un reloj, así que lo tenemos fácil, el regalo será de parte de las dos; y para navidad… pues… ¡pilas para el reloj!

- ¿Cómo vamos a regalarle eso? – dije riendo.

- Tienes razón… ahora será más difícil de encontrar – dijo ella, también riendo - ¡Pijamas! Si, si. Todo el mundo necesita pijamas, ¡listo! Vayamos a buscarlos.

Fuimos a la tienda de relojes, yo dirigida por Sandra, pues no tenía ni idea de dónde estaba cada tienda.

- Mmm, ¿cuál crees que deberíamos comprarle? Ese es bonito – señaló un reloj plateado, con la esfera negra – y no es excesiiiiiiiivamente caro.

- Si, es que, no sé qué clase de relojes le gustan a Hugo…

- Me llevo ese – le dijo a vendedor señalando hacia el reloj.

- ¿Lo envuelvo para regalo?

- Si, por favor.

---

- Venga, ahora a buscar los pijamas, vamos, sé dónde lo venden.

- ¿En serio le vamos a dar pijamas?

- Si, bueno, él dijo que no le diéramos nada, porque está de cumpleaños el día anterior, así que más que nada es un detalle.

- Ah, vale.

- Mira ahí está, ya sé hasta cuales le vamos a comprar. El otro día vi un pijama azul con estrellas negras precioso y uno rojo a cuadros, seguro que le gustan, dame el dinero y espera aquí fuera que ya los cojo yo.

- Vale – dije, pensando que aprovecharía ese tiempo para comprar un regalo para ella.

Me metí de cabeza en una zapatería que estaba enfrente de la tienda en la que había entrado Sandra, adoraba los zapatos, así que no fallarían. Le compré unas botas negras mosqueteras, con tacón; las habíamos visto el otro día y ella no había parado de hablar sobre ellas. Salí con prisa después de comprarlas, pues pensé que Sandra estaría buscándome al no encontrarme esperando fuera, pero Sandra aun seguía en la tienda de los pijamas; salió dos minutos después que yo.

-¡Qué lentitud! La señora no encontraba los pijamas, pero al final lo ha conseguido. Vale, ¡ahora tocan nuestros vestidos! - dijo, y por suerte no se fijó en la bolsa que estaba en mi mano.

Dos horas y cien tiendas después, teníamos comprados los vestidos. Para la cena de Nochebuena el vestido de Sandra era rojo, corto, se ataba al cuello, y tenía casi toda la parte de la espalda abierta, compró unos zapatos del mismo color, con tacón de aguja y punta redonda a juego. Mi vestido era azul, tenía el escote en forma de V, ajustado hasta la cintura y caía haciendo globo hasta por encima de las rodillas; mis zapatos eran también del mismo color que el vestido, tenían plataforma y eran abiertos en la punta. Salíamos felices después de comprarlos. Poco rato después encontramos los vestidos para fin de año, los dos negros. Sandra se decantó por un vestido estilo años veinte, con millones de flecos, que le tapaba solo hasta el culo; el mío era corto, pero non tanto, ajustado al cuerpo y palabra de honor; me compré zapatos de plataforma negros simples, con mucho tacón; y ella se compró los mismos, pero aterciopelados.

- ¡Ai! - suspiró Sandra – pero ¡qué monas vamos a ir!

- Seguro – dije yo desganada, pues no me agradaba mucho el llevar vestido.

- Solo queda qué comprarle a los chicos, menos a Hugo. Eso lo tendremos más complicados.

- Bueno, no sé tú, pero yo ya sé que regalarle a tu novio.

- ¿Si?

- Por supuesto, unos tenis nuevos, los suyos son … ¡horribles! – Sandra rió.

- Pues vamos a la tienda de zapatos. A Tom es fácil regalarle, adora las camisetas estrambóticas, lo dejaremos feliz.

Después de que Sandra me dijera el número de pie de David, cosa en la que no había pensado, le compré unos tenis negros, con la suela blanca, muy simples, pero eso sí, bonitos.

- Vale, vayamos a por el regalo de Tom. En aquella tienda hacen camisetas por encargo en hora y media, así que las podemos venir a coger después. Las encargamos y nos vamos a comer, ¿te parece?

- Si ,por favor, oigo mi estómago desde aquí.

El encargado de la tienda era un hombre muy extraño, de mediana edad, con el pelo sucio y las gafas con mucho aumento, que hacían que su cara fuera menos normal de lo habitual; pero nos miró con una cara todavía más rara después de que le pidiéramos una camiseta de E.T., Mickey Mouse, de la película Regreso al futuro, y una con el logotipo de la NASA. Después de una extraña conversación con el individuo nos fuimos a comer, por suerte había un italiano en la planta superior.

- No comeré pasta en dos meses – dijo Sandra – Más llena imposible.

- ¡Pero si no has comido nada! Como siempre – dije apurando mi último pedazo de lasaña.

- Nos quedan los regalos de Dan, mi regalo para David, y para sus respectivas madres – dijo cambiando el tema de la conversación.

- Oh dios mío, pero yo no sé que regalarle a Dan, ni a su madre, ni nada.

- Bueno… Las dos adoran cocinar, así que les daremos un juego de cocina a cada una, para que no se peleen – dijo sonriendo – y así lo estrenarán el mismo día, ¡para hacer la cena!

- Y... ¿a Dan?

- Conozco el sitio perfecto.

Pagamos la comida y salimos, Sandra me cogió de la mano y me llevó casi corriendo por los pasillos del centro, llevándonos por delante a todo el que se cruzaba por nuestro camino. Llegamos sin aliento a una tienda de música.

- Aquí. Cualquier cosa que le compres le gustará – dijo satisfecha - Le voy a regalar un bajo nuevo a David, lo único que tengo que hacer es decidirme entre los treinta que habrá.

Miramos toda la tienda de arriba a abajo, Sandra se quedó en la parte donde estaban los bajos y yo me fui a ver las guitarras, ella me había dado una idea. Pero me quedé de piedra al ver que allí debía haber por lo menos cincuenta guitarras, todas diferentes, y yo no sabía qué tipo de guitarras le gustaban a Dan, ni si necesitaba, ni si le gustaría el regalo. Estaba nerviosa viendo hacia todas ellas cuando mi vista se clavó en una, una guitarra negra, con los bordes y los trastes blancos. Decidí que me llevaría aquella nada más verla, la cogí con sumo cuidado y me fui a buscar a Sandra. Pero antes de llegar a donde la había dejado, me topé con ella por el camino, venía sonriendo y corriendo con un bajo azul chillón en la mano.

- ¡Me llevo este! ¡Este! – me gritó - ¡Es precioso!

- Te doy la razón. Mira, yo creo que le compraré esto a Danny.

- ¿Danny? – se extrañó.

- Ayer me dijo que lo llamase así – levante los hombros, como diciéndole que no lo entendía muy bien, y ella repitió el gesto.

- Seguro que le gusta, la verdad es preciosa. Bueno, creo que aquí no nos queda nada más.

Salimos de la tienda cada una con su regalo en la mano, felices.

- Cogemos las camisetas, los juegos de cocina y nos vamos, los pies me están matando – dije con voz de dolor.

- Está bien. ¡Ah! Antes me ha llamado David, me ha dicho que hoy echan en la televisión una película o algo así, de verdad, ¡qué manía incomprensible con ver películas! y me ha dicho que si queremos ir, que estarán los cuatro. ¿Iremos no? Aunque la película sea un bodrio, por lo menos estamos con ellos.

- Genial – mi pensamiento se desvió hacia Danny.


Después de volver a hablar con el dependiente extraño y comprar el regalo para las madres de David y Danny nos fuimos a casa, por fin.

- ¡Y aun son las nueve! – dijo Sandra, una vez estuvimos en el coche.

- Claro, solo llevamos doce horas comprando, metidas en el centro comercial – las dos reímos, y comenzamos a cantar gritando la canción que sonaba en la radio, los Black Eyed Peas.