viernes, 8 de enero de 2010

Capítulo 6


La cena.

Volvi a despertarme con el olor del desayuno que había preparado Sandra, esta vez había bollos y galletas de chocolate.

- ¡Buenos días dormilona! ¿Qué tal has dormido? – Sandra tenía una vitalidad envidiable.

- Bien, y ¿tú?

- Bien también, gracias – dijo alegremente, como siempre - ¿Qué vamos a hacer hoy?

- Ayer estuve pensando, y podíamos ir a comprar regalos, hoy es día veinte, dentro de cinco días será Navidad – aclaré – y además, me habías dicho que Hugo estaba de cumpleaños el veintitrés, ¿no?. Le daremos un detalle, digo yo.

- Si, pero creo que eso lo haremos mañana – repuso Sandra, pensando - ¡Ya sé! Podríamos decorar tu habitación, es que como no la usaba nadie, solo Gio cuando venía a dormir, pues está un poco sosa; y deberíamos ordenar la ingente cantidad de ropa que compramos ayer, y así hoy pasamos casi todo el día en casa. ¿Qué te parece?

- Una buena idea – declaré.

- Pues, ¡come! Tenemos trabajo que hacer.

Me acabé el bollo que tenía en la mano, me bebí el tazón de leche y recogimos los platos sucios antes de nada. Cogí mi portátil para poner música y nos pusimos manos a la obra. En mi habitación limpiamos el polvo, abrimos las ventanas, colgamos algunos pósters en las paredes, recuperamos un viejo tablón de corcho que Sandra tenía perdido y también lo pusimos en la pared, allí iríamos colgando nuestras fotos. Después de todo eso venía el turno de la ropa, nuestros armarios casi no cerraban luego de meter todo lo que Sandra y yo habíamos comprado el día anterior. Al acabar, tenía hambre, se nos había pasado la mañana entera, ya era hora de comer.

Sandra hizo pollo con salsa de setas, no sabía donde había aprendido a cocinar tan bien, pero estaba delicioso. Cuando acabamos la comida y de meter las últimas prendas de ropa en el armario de Sandra eran las cuatro.

- ¡Uf, no puedo más! – exclamó Sandra.

- Digo lo mismo – exhalé – pero ya hemos terminado.

- Ha quedado bonita, pero ahora no hay nada más que hacer… ¿Te apetece tomar un café? – asentí – Pues, ¡vamos! Hay un Starbucks cerca de aquí.

- Bien, hacen riquísimo el café.

Charlábamos animadamente sentadas en la mesita y los sofás de Starbucks, cuando dieron las siete.

- Las siete, ¡madre mía! Vamos a casa, tenemos que prepararnos para la cena – dijo Sandra mientras se levantaba para pagar.

Al llegar a casa me metí en la ducha, esperando oír nuevamente aquella voz, pero esa vez no escuché nada, solo el agua caer.

Para esa noche me puse unos pantalones pitillo negros, una camiseta azul y esta vez, me puse tacones. Me volví a poner el flequillo delante de la frente, llené mi cuello y muñecas con collares y pulseras, me pinté los ojos y salí de la habitación. Sandra estaba muy guapa; llevaba una camiseta violeta palabra de honor, unos vaqueros y sobra decirlo, tacones, su perdición; en el pelo se había hecho una coleta alta que acentuaba sus rasogs.

- Vamos – dijo – nos encontraremos todos en el restaurante.

Salimos hacia allí

- Tengo que enseñarte todo esto – dijo Sandra mirando a su alrededor – esta ciudad es enorme.

- Me gustaría, tengo muchas ganas de verla – contesté entusiasmada, realmente quería estar hasta en el último rincón de Londres.

- ¡Ahí están! ¡Y también está Gio!

Y en efecto allí estaban David, Tom, Hugo, Dan y Gio, todos bien vestidos y arreglados.

- ¡Hola! – saludaron todos.

- ¡Hola! – contestamos nosotras.

- Pasamos – dijo David – ya he reservado.

- Siempre pensando en todo – dijo Sandra, observándolo.

- Pienso más en ti – le dijo David, cariñoso.

Se veían felices y acaramelados, en ese momento me acorde de Carlos, mi antiguo novio, pero me olvidé rápidamente de ese recuerdo cuando vi a Dan y a sus ojos, que estaban mirándome. Le sonreí y me devolvió la sonrisa, con un gesto me indicó que pasara.

Llegamos a la mesa, y a mí, casualmente, me tocó sentarme entre Dan y Sandra. Pedimos la comida y todos comenzaron a charlar con ánimos; estaba un poco cortada, así que no me atreví mucho a abrir la boca, pero Dan me preguntó:

- ¿Te gusta la música?

Y a partir de esa pregunta la conversación entre los dos fluyó con naturalidad, le encantaba tanto la música como a mí, era una de las pocas personas con las que había hablado de ese tema. Hugo debió escucharnos, pues dijo:

- ¡Dan! ¿Sabes? Adri podría grabar algo con nosotros y ayudarnos con las canciones, Sandra me ha dicho que sabe tocar el piano y el violín.

- ¿En serio? – preguntó Dan sorprendido, me miró y la sangre subió a mis mejillas ligeramente - ¡Es una gran idea! Iremos la semana que vi ene al estudio, dile a Sandra que te traiga, viene a menudo a vernos.

- ¡Claro! No hay problema – alcancé a decir.

Después de ese inciso, Dan y yo seguimos hablando, me contó muchas cosas, algunas ya me las había contado Sandra, pero me daba igual. Me dijo que sus padres se habían separado; que su madre, Kathy, y su hermana mayor, Victoria, vendrían a pasar algunos días en Navidad, así que las iba a conocer, que le encantaba el fútbol y jugaba en un equipo de Bolton, de donde era su padre, Alan; que él también había nacido allí, dos meses después se trasladaron a España, y después volvieron a su ciudad natal; que adoraba los dulces, me contó cual y como fue el primer concierto al que asistió, Bruce Springsteen, le conté que yo también había ido a uno de él con mi padre y se quedó gratamente sorprendido de que me gustase. Hablamos también de nuestros años en el instituto y colegio, muchas anécdotas estúpidas, de su trabajo por la mañana en una cafetería los fines de semana, de los chicos, de cómo se habían conocido, de cómo conocí a Sandra. Yo le conté sobre mi vida allá, por qué me había venido, mi antiguo trabajo, Carlos y le dije lo mucho que me gustaría ver Londres, pues lo poco que había visto me había encantado.

Al final de la velada sabíamos casi todo uno sobre otro, era adorable. La cena terminó y todos nos levantamos para marcharnos.

- ¡No podía comer más! – declaró Tom.

- Tenemos que repetir, pronto y aquí, ha sido perfecto – añadió Hugo.

Fuimos a casa todos juntos, obviamente.

- ¡Gio! – llamó Sandra - ¿Duermes hoy en casa verdad?

- Si – afirmó Gio sonriente.

- ¡Bien!

Llegamos a la puerta de ambos pisos, todos fueron entrando, y cuando yo me disponía a hacerlo, Dan me agarró de la mano.

- Ven – me acerqué - ¿Te apetecería quedar mañana para… que te enseñe la ciudad? – preguntó serio, mirándome fijamente con aquellos pequeños pedazos de cielo.

- Nada me apetecería más – contesté.

- Bien – sonrió tranquilo - te vendré a recoger a las cinco, no vivo lejos, así que no tardaré. – me reí – Buenas noches Adri – y me besó en la mejilla.

- Que duermas bien – alcancé a decirle en un susurro antes de que entrara en casa.

¿Por qué has tardado tanto en entrar? – inquirió Sandra, dos segundos después de que hubiera atravesado el umbral de la puerta.

- Es que … Dan, me ha dicho si … Bueno, si quedábamos mañana.

- ¿Y? – gritó Sandra ansiosa, acercándose hacia mí.

- He… Le he dicho que si.

- ¡Viva! – gritó – Bien, estupendo, me quedaré mañana por la tarde con Gio, ya se me ocurrirá algo que hacer, podían venir Tom y David, claro – hablaba para sí misma – Bueno, ¿qué haces ahí parada? ¡Vete a dormir! Necesitas descansar para tu cita de mañana.

- No es una cita – dije, ceñuda.

- Yaaa, claaaro – contestó Sandra, con tremenda ironía.

Me fui a mi habitación, esa noche volví a escuchar una guitarra antes de dormirme.

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