domingo, 10 de enero de 2010

Capítulo 8.


Compras

Me levanté a las ocho de la mañana, al notar un pequeño peso sobre mi abdomen: Sandra se había tirado en plancha sobre mi cama.

- ¡Venga , venga! ¡Hoy hay que comprar muuuuuuuuuuuuchas cosas! Necesitamos todo el tiempo posible. ¡Levántate!

- ¡Si no te quitas de encima como quieres que me levante!

- El caso es quejarse – dijo mientras se levantaba, riendo – Venga, ya hice el desayuno.

Después de desayunar casi durmiendo y de vestirnos, bajamos al garaje para coger el coche de Sandra, un “Petit Chrysler” color beige. Recuerdo que quería ese coche desde nuestro último curso de instituto, al final lo había conseguido.

Con legañas todavía en mis ojos, y con la inexplicable alegría que Sandra tenía siempre, nos fuimos al centro comercial.

- Bien – empezó Sandra – tenemos que comprar, ¡como mínimo!, los vestidos para la cena de Nochebuena, los vestidos para el día de fin de año, sus correspondientes zapatos, el regalo de cumpleaños de Hugo, los regalos de Navidad de los chicos, tengo que ver qué te voy a regalar, me tienes que comprar mi regalo, y algo para la madre de David, y la de Dan.

- ¿Para la de Dan?

- Claro, claro.. Bueno, creo que no me olvido nada. Ya llegamos, hoy vamos a fundir la visa, ¡adoro las compras navideñas!

Tenía la impresión de que aquel iba a ser un día muy largo, nada más atravesar las puertas del centro comercial conté por lo menos, que había tres millones de personas allí dentro.

- Vale, primero, creo que vamos a comprarle un regalo a Hugo. Me ha dicho David que quiere un reloj, así que lo tenemos fácil, el regalo será de parte de las dos; y para navidad… pues… ¡pilas para el reloj!

- ¿Cómo vamos a regalarle eso? – dije riendo.

- Tienes razón… ahora será más difícil de encontrar – dijo ella, también riendo - ¡Pijamas! Si, si. Todo el mundo necesita pijamas, ¡listo! Vayamos a buscarlos.

Fuimos a la tienda de relojes, yo dirigida por Sandra, pues no tenía ni idea de dónde estaba cada tienda.

- Mmm, ¿cuál crees que deberíamos comprarle? Ese es bonito – señaló un reloj plateado, con la esfera negra – y no es excesiiiiiiiivamente caro.

- Si, es que, no sé qué clase de relojes le gustan a Hugo…

- Me llevo ese – le dijo a vendedor señalando hacia el reloj.

- ¿Lo envuelvo para regalo?

- Si, por favor.

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- Venga, ahora a buscar los pijamas, vamos, sé dónde lo venden.

- ¿En serio le vamos a dar pijamas?

- Si, bueno, él dijo que no le diéramos nada, porque está de cumpleaños el día anterior, así que más que nada es un detalle.

- Ah, vale.

- Mira ahí está, ya sé hasta cuales le vamos a comprar. El otro día vi un pijama azul con estrellas negras precioso y uno rojo a cuadros, seguro que le gustan, dame el dinero y espera aquí fuera que ya los cojo yo.

- Vale – dije, pensando que aprovecharía ese tiempo para comprar un regalo para ella.

Me metí de cabeza en una zapatería que estaba enfrente de la tienda en la que había entrado Sandra, adoraba los zapatos, así que no fallarían. Le compré unas botas negras mosqueteras, con tacón; las habíamos visto el otro día y ella no había parado de hablar sobre ellas. Salí con prisa después de comprarlas, pues pensé que Sandra estaría buscándome al no encontrarme esperando fuera, pero Sandra aun seguía en la tienda de los pijamas; salió dos minutos después que yo.

-¡Qué lentitud! La señora no encontraba los pijamas, pero al final lo ha conseguido. Vale, ¡ahora tocan nuestros vestidos! - dijo, y por suerte no se fijó en la bolsa que estaba en mi mano.

Dos horas y cien tiendas después, teníamos comprados los vestidos. Para la cena de Nochebuena el vestido de Sandra era rojo, corto, se ataba al cuello, y tenía casi toda la parte de la espalda abierta, compró unos zapatos del mismo color, con tacón de aguja y punta redonda a juego. Mi vestido era azul, tenía el escote en forma de V, ajustado hasta la cintura y caía haciendo globo hasta por encima de las rodillas; mis zapatos eran también del mismo color que el vestido, tenían plataforma y eran abiertos en la punta. Salíamos felices después de comprarlos. Poco rato después encontramos los vestidos para fin de año, los dos negros. Sandra se decantó por un vestido estilo años veinte, con millones de flecos, que le tapaba solo hasta el culo; el mío era corto, pero non tanto, ajustado al cuerpo y palabra de honor; me compré zapatos de plataforma negros simples, con mucho tacón; y ella se compró los mismos, pero aterciopelados.

- ¡Ai! - suspiró Sandra – pero ¡qué monas vamos a ir!

- Seguro – dije yo desganada, pues no me agradaba mucho el llevar vestido.

- Solo queda qué comprarle a los chicos, menos a Hugo. Eso lo tendremos más complicados.

- Bueno, no sé tú, pero yo ya sé que regalarle a tu novio.

- ¿Si?

- Por supuesto, unos tenis nuevos, los suyos son … ¡horribles! – Sandra rió.

- Pues vamos a la tienda de zapatos. A Tom es fácil regalarle, adora las camisetas estrambóticas, lo dejaremos feliz.

Después de que Sandra me dijera el número de pie de David, cosa en la que no había pensado, le compré unos tenis negros, con la suela blanca, muy simples, pero eso sí, bonitos.

- Vale, vayamos a por el regalo de Tom. En aquella tienda hacen camisetas por encargo en hora y media, así que las podemos venir a coger después. Las encargamos y nos vamos a comer, ¿te parece?

- Si ,por favor, oigo mi estómago desde aquí.

El encargado de la tienda era un hombre muy extraño, de mediana edad, con el pelo sucio y las gafas con mucho aumento, que hacían que su cara fuera menos normal de lo habitual; pero nos miró con una cara todavía más rara después de que le pidiéramos una camiseta de E.T., Mickey Mouse, de la película Regreso al futuro, y una con el logotipo de la NASA. Después de una extraña conversación con el individuo nos fuimos a comer, por suerte había un italiano en la planta superior.

- No comeré pasta en dos meses – dijo Sandra – Más llena imposible.

- ¡Pero si no has comido nada! Como siempre – dije apurando mi último pedazo de lasaña.

- Nos quedan los regalos de Dan, mi regalo para David, y para sus respectivas madres – dijo cambiando el tema de la conversación.

- Oh dios mío, pero yo no sé que regalarle a Dan, ni a su madre, ni nada.

- Bueno… Las dos adoran cocinar, así que les daremos un juego de cocina a cada una, para que no se peleen – dijo sonriendo – y así lo estrenarán el mismo día, ¡para hacer la cena!

- Y... ¿a Dan?

- Conozco el sitio perfecto.

Pagamos la comida y salimos, Sandra me cogió de la mano y me llevó casi corriendo por los pasillos del centro, llevándonos por delante a todo el que se cruzaba por nuestro camino. Llegamos sin aliento a una tienda de música.

- Aquí. Cualquier cosa que le compres le gustará – dijo satisfecha - Le voy a regalar un bajo nuevo a David, lo único que tengo que hacer es decidirme entre los treinta que habrá.

Miramos toda la tienda de arriba a abajo, Sandra se quedó en la parte donde estaban los bajos y yo me fui a ver las guitarras, ella me había dado una idea. Pero me quedé de piedra al ver que allí debía haber por lo menos cincuenta guitarras, todas diferentes, y yo no sabía qué tipo de guitarras le gustaban a Dan, ni si necesitaba, ni si le gustaría el regalo. Estaba nerviosa viendo hacia todas ellas cuando mi vista se clavó en una, una guitarra negra, con los bordes y los trastes blancos. Decidí que me llevaría aquella nada más verla, la cogí con sumo cuidado y me fui a buscar a Sandra. Pero antes de llegar a donde la había dejado, me topé con ella por el camino, venía sonriendo y corriendo con un bajo azul chillón en la mano.

- ¡Me llevo este! ¡Este! – me gritó - ¡Es precioso!

- Te doy la razón. Mira, yo creo que le compraré esto a Danny.

- ¿Danny? – se extrañó.

- Ayer me dijo que lo llamase así – levante los hombros, como diciéndole que no lo entendía muy bien, y ella repitió el gesto.

- Seguro que le gusta, la verdad es preciosa. Bueno, creo que aquí no nos queda nada más.

Salimos de la tienda cada una con su regalo en la mano, felices.

- Cogemos las camisetas, los juegos de cocina y nos vamos, los pies me están matando – dije con voz de dolor.

- Está bien. ¡Ah! Antes me ha llamado David, me ha dicho que hoy echan en la televisión una película o algo así, de verdad, ¡qué manía incomprensible con ver películas! y me ha dicho que si queremos ir, que estarán los cuatro. ¿Iremos no? Aunque la película sea un bodrio, por lo menos estamos con ellos.

- Genial – mi pensamiento se desvió hacia Danny.


Después de volver a hablar con el dependiente extraño y comprar el regalo para las madres de David y Danny nos fuimos a casa, por fin.

- ¡Y aun son las nueve! – dijo Sandra, una vez estuvimos en el coche.

- Claro, solo llevamos doce horas comprando, metidas en el centro comercial – las dos reímos, y comenzamos a cantar gritando la canción que sonaba en la radio, los Black Eyed Peas.

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