Viajes
Me despedí de Sandra y me quedé un rato más sentada, pensando.
Me levanté del banco y caminé, dormiría en casa esa noche pero haría todo cuando antes. No pude dormir mucho, así que nada más despertarme encendí el portátil, puse música y me puse a hacer las maletas. Metí mis queridas camisetas, todos los vaqueros y demás pantalones, los vestidos de día y de noche, mis trescientos pares de zapatos y zapatillas; y me di cuenta de que no me quedaba ropa en el armario. No sé por qué la metí toda, pero supongo que en mi subconsciente estaba despierta la idea de no volver allí durante mucho tiempo, incluso jamás. Desayuné mi obligatorio tazón de leche con galletas y mi gran vaso de zumo de naranja natural. Todo eso mientras buscaba el billete que antes saliera hacia aquella ciudad. Afortunadamente y como si cosa del destino fuera, encontré que había un vuelo cancelado de última hora a Londres, ¿suerte? No, yo no tenía de eso. Compré el billete y fui a vestirme... Saqué los vaqueros viejos, mis favoritos y la camiseta azul, bien, ¿y en los pies?, las converse. Todo estaba listo.
Estaba nerviosa, la cabeza me daba vueltas, el estómago se me encogía y el corazón daba brincos: en menos de media hora estaría con los pies es suelos británicos.
Sandra estaba esperándome con su radiante sonrisa, la de siempre, llevaba quince años disfrutando de aquella sonrisa. Le di un tremendo abrazo y hablamos durante todo el trayecto, la verdad nunca supe por qué nunca nos quedábamos sin temas de conversación. Le conté todos los pequeños desastres que había en mi vida y ella me dijo todo lo que había hecho durante el tiempo que había estado allí. Su nueva vida, en realidad, sonaba muy bien; piso nuevo, trabajo nuevo, y su novio parecía encantador; tenía ganas de conocerlo.
* Yo también - sonreí.
Parecía un buen nuevo comienzo.
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