Los gestos abren abanicos de indagaciones, de inferencias, de interpretaciones. Si con las miradas te saltas todo el proceso cerebral, si sencillamente sirven para asumir el amor, el odio, el dolor o la felicidad como algo verdadero y que necesita salir, un gesto físico necesita pasar por la lupa racional de los cinco sentidos para poder llegar a puerto. Eso se vio espontáneo, se oyó perezoso, fue dulce, fue tibio, y al tenerlo cerca olía a champú, a detergente de ropa, a desodorante y a su propio olor, más natural, relajante, dulce y cálido que cualquier cosa. Una esencia se cuela por la nariz directamente hacia la piel, la hidrata desde adentro, hace florecer cosquilleos ahí donde sus manos se posan para abrazarla, arrulla sus oídos en compañía del sonido de su respiración y su corazón, que siente bombear bajo la mejilla, que ha apoyado en el pecho amplio y acogedor que la recibe.
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