Los días soleados se iba al paseo bajo la arboleda, toda la tarde, se sentaba en el mismo banco de madera, y veía a la gente pasar. Los pequeños niños corriendo detrás de sus balones, creyéndose realmente deportistas de élite, marcando goles en porterías imaginarias. Las niñitas con sus carritos y sus bebés con vestidos rosas. Los abuelos cuidando a sus queridos nietos, como si sólo vivieran para ello. Las señoras modernas, con sus andares acelerados y su teléfono móvil de última generación, por el cual hablaban a gritos, como si quisieran que el resto del mundo se enterara de su, pensaba ella, maravillosa vida. Y luego estaba él. Pasaba igualmente todas las tardes soleadas por enfrente del banco a la misma hora, y ella sentía que la miraba de reojo. A decir verdad, el corazón le daba un pequeño brinco cada vez que lo veía. Era alto, moreno, de tremendos ojos azules, vestía muy bien, y al pasar tan cerca de ella, podía sentir y oler su aroma, el cual llevaba días intentando desentrañar.
Los gestos abren abanicos de indagaciones, de inferencias, de interpretaciones. Si con las miradas te saltas todo el proceso cerebral, si sencillamente sirven para asumir el amor, el odio, el dolor o la felicidad como algo verdadero y que necesita salir, un gesto físico necesita pasar por la lupa racional de los cinco sentidos para poder llegar a puerto.
jueves, 31 de diciembre de 2009
Tardes.
Los días soleados se iba al paseo bajo la arboleda, toda la tarde, se sentaba en el mismo banco de madera, y veía a la gente pasar. Los pequeños niños corriendo detrás de sus balones, creyéndose realmente deportistas de élite, marcando goles en porterías imaginarias. Las niñitas con sus carritos y sus bebés con vestidos rosas. Los abuelos cuidando a sus queridos nietos, como si sólo vivieran para ello. Las señoras modernas, con sus andares acelerados y su teléfono móvil de última generación, por el cual hablaban a gritos, como si quisieran que el resto del mundo se enterara de su, pensaba ella, maravillosa vida. Y luego estaba él. Pasaba igualmente todas las tardes soleadas por enfrente del banco a la misma hora, y ella sentía que la miraba de reojo. A decir verdad, el corazón le daba un pequeño brinco cada vez que lo veía. Era alto, moreno, de tremendos ojos azules, vestía muy bien, y al pasar tan cerca de ella, podía sentir y oler su aroma, el cual llevaba días intentando desentrañar.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
Dreaming.
Sería capaz de pasar horas pensando en la inmensidad del océano que escondían sus ojos azules. Aquellos ojos azules que tantas noches veía en sueños, que se acercaban cuidadosamente hasta quedar a menos de dos centímetros de los suyos.
L.
Se dio cuenta de que a él le costaba mantener el equilibrio, que tenía los ojos entrecerrados y aquella sonrisa bobalicona sin sentido. Y lo que más la sorprendió es que aún estaban cogidos de la mano, y aunque hubiese intentando soltarse, parecía que él estaba tan a gusto con ese gesto que hacia que fuese natural.
Se sintió extraña pero no hizo nada.
- Ay, madre… ¿estás borracho?
* ¿Yo? –preguntó señalándose el pecho con la mano que tenía libre. –Me ofendes, si por beber te refieres al agua, está bien, lo confieso. Soy un fan del agua. ¿No os parece una noche encantadora? –preguntó extendiendo el brazo y dando un manotazo sin querer a uno de los invitados.
Ella puso su mejor cara de disculpa y sonrió al hombre que miraba a su acompañante con el ceño fruncido y que parecía dispuesto a lanzarle una maldición allí mismo.
- Por favor ... – le rogó ella.
* ¿Qué dices? ¿Que quieres bailar? –preguntó él en voz alta como si no la hubiese oído bien.
- Será mejor que nos vayamos –dijo nerviosa
Sintió el peso del cuerpo de su amigo sobre ella y se tambaleó ligeramente a su derecha, notó un nudo en el estómago.
* Cuidado, que te caes –dijo el chico con una risita.
Ella clavó la vista en el suelo unos segundos y luego lo miró, sonreía con los ojos como platos.
- ¿Qué? –preguntó impaciente.
* ¿No nos íbamos? –preguntó con inocencia.
Ella puso los ojos en blanco y él empezó a caminar hacia la salida, tirando de la mano de de la chica. Cuando por fin salieron afuera notó que el aire era menos denso que en la fiesta y agradeció perder de vista a todos los invitados.
Caminaron en silencio interrumpido de vez en cuando por la risa nerviosa de él. Empezaba a tener dolor de cabeza.
El chico paró en seco. Tuvo que tirar de su mano, pues no parecía dispuesto a seguir andando. Tropezó cayendo hacia la izquierda, pero él la cogió por la cintura atrayéndola hacia él para que no cayera. Entonces le vio, ligeramente inclinado hacia ella y con esa sonrisa idiota que había tenido toda la noche, producto de la borrachera, con los ojos brillando a pesar de que estaban casi a oscuras. Pensó que nunca habían estado tan cerca, que jamás se habían abrazado. Siempre le había dado miedo tocarle. Le hacía sentir insegura.
No supo si fue ella la que acortó la distancia o fue él, pero notó como su nariz rozaba la suya ligeramente. Aspiró profundamente y sintió como el corazón le latía con fuerza.
Él
Lovely,
Los gestos abren abanicos de indagaciones, de inferencias, de interpretaciones. Si con las miradas te saltas todo el proceso cerebral, si sencillamente sirven para asumir el amor, el odio, el dolor o la felicidad como algo verdadero y que necesita salir, un gesto físico necesita pasar por la lupa racional de los cinco sentidos para poder llegar a puerto. Eso se vio espontáneo, se oyó perezoso, fue dulce, fue tibio, y al tenerlo cerca olía a champú, a detergente de ropa, a desodorante y a su propio olor, más natural, relajante, dulce y cálido que cualquier cosa. Una esencia se cuela por la nariz directamente hacia la piel, la hidrata desde adentro, hace florecer cosquilleos ahí donde sus manos se posan para abrazarla, arrulla sus oídos en compañía del sonido de su respiración y su corazón, que siente bombear bajo la mejilla, que ha apoyado en el pecho amplio y acogedor que la recibe.
Tiempo.
martes, 29 de diciembre de 2009
Lógica.
La verdad, no sé por qué estoy jugando. Odio este juego, las cosas de lógica siempre se me han dado bien, pero el ajedrez se me resiste. Sin embargo, a él es una de las cosas que mejor se le dan, eso demuestra que no es tonto, y que cuando quiere sabe hacer las cosas bien, sólo es un poco vago. Bueno no, un poco no, bastante. Sonríe, ¿por qué sonríe? Me sorprende la seguridad con la que mueve las piezas, con la que juega toda la partida, lástima que pierda esa seguridad en todas las demás cosas.
Discusiones.
D.
Gritar. Eso era, le gritaría a ese desalmado todo lo que llevaba dentro, todos los enfados acumulados. Tenía que ser ahora, en aquel minuto de delirio, pues yo era incapaz de gritarle en otra ocasión. No sabía por donde empezar a buscarlo, pero entonces recordé lo mucho que le gustaba la sala de música, en la cual podía pasar horas y horas sin cansarse.
Le encantaba coger todas y cada una de las guitarras y probarlas, tocar acordes y notas sin sentido. Le gustaba pulsar una a una las teclas negras del piano, melodías que brotaban a través de las yemas de sus dedos sin que él, ni siquiera él, supiera el porqué.
Entré, allí estaba, tenía la guitarra azul en las manos, su favorita. No se dió cuenta de que había entrado, siguió tocando, y a medida que la música nacía de las cuerdas, mi enfado iba descendiendo. Simplemente me senté a escucharlo, esa era una de las razones por las cuales me gustaba tanto, supongo. Tenía un don. Levantó la cabeza, sonrió. Sonreí. Me encantaba, y él no sabía cuanto.
La música cesó.
- ¿Porque paras? Me encantaba.
* Te quiero.